[…] Y volví a sentir, pero ahora con una fuerza inaudita, que a lo largo de una vida uno se moría incontables veces, muertes pequeñas que nos dejaban allí, de pie, petrificados, supervivientes en una isla, como la de Robinson, que no hemos escogido, con nuestros recuerdos para construir como podamos un futuro y sin ningún Viernes que nos ayudara a labrarlo.
(Philippe Lançon, El colgajo, pag. 203, Editorial Anagrama, Barcelona, 2019)
Puede que tuviera seis años en aquel entonces. Estábamos en la autopista, mi madre y yo. En un momento, en un túnel, una gran fila de coches se detuvo. Poco a poco, la cola disminuyó y descubrimos, avanzando, que un coche, en el lado derecho de la carretera, que era también el nuestro, se había estrellado contra la pared y ahora estaba completamente cubierto por llamas y por una manta de humo negro. Literalmente hubiera podido explotar en cualquier momento.
El escenario es este: un automóvil peligroso en el medio de la autopista y, a una distancia que se podría definir “segura”, había dos filas opuestas de coches parados y estacionados. Entre ellos, nosotros.
Lo que venía siendo la cola nuestra, estaba disminuyendo porque algunos conductores decidieron, corriendo un riesgo lo suficientemente grande, adelantar al objeto en llamas para continuar el viaje y seguir su propio camino. Para hacer esto, considerando el espacio limitado, tuvieron que acercarse muchísimo al coche; quizás un metro como mucho.
Los otros coches, por otro lado, simplemente se pararon y observaron, reservando una distancia silenciosa y monástica. Quizás incluso sideral.
Quién toma el toro por los cuernos y quién queda hechizado por el espectáculo y se queda simplemente mirando.
He encontrado este patrón de comportamiento en varios contextos de mi vida. Cuando ocurre una tragedia o un accidente, hay quienes no pueden evitar quedarse embobados mirando, participando pasivamente en lo que sucede; a veces, de hecho, casi le da gustito. No porque sean malvados (no todos lo son, por lo menos) sino porque es innato en el ser humano sentir un poco de placer en la desgracia de los demás. Nos recuerda que seguimos vivos y podemos disfrutar, por el momento, de un destino mejor que el de la víctima.
Otros, en cambio, se lanzan para ayudar y se involucran para tratar de resolver, como pueden, el desastre.
Este esquema ciertamente también puede aplicarse a las víctimas, no simplemente a los espectadores. Hay quienes reaccionan con fuerza y catárticamente frente al dolor y el trauma y quienes, por otro lado, a menudo sucumben a las secuelas emocionales y a los golpes de la tormenta que se desata en sus almas.
Philippe Lançon es un guerrero. Uno de esos que podría ser tallado en el brillo de mármol de una estatua clásica como Ulises, Aquiles o Héctor. Philippe Lançon es un sobreviviente y El colgajo cuenta su brutal historia.
El ataque en la oficina de Charlie Hebdo es un antes y un después. Como el 11 de septiembre de 2001, pero en diferentes contextos a partir especialmente desde diferentes perspectivas geográficas. El 7 de enero de 2015, Philippe se reunió con sus colegas periodistas e ilustradores en la sede de la revista francesa para discutir los diversos temas semanales.
Ese día podría haber llegado un poco más tarde, o con unos minutos de antelación, y tal vez la historia hubiera cambiado. Pero no fue así, y terminó encontrándose dentro de la sala de reuniones cuando dos fundamentalistas islámicos con pasamontañas entraron abruptamente y acribillaron a todos los presentes con disparos de Kalashnikov, matando a 12 personas e hiriendo a 11.
Philippe Lançon estaba allí, en el lugar que, esa mañana de enero, más se acerca al infierno y viendo morir a sus amigos y amigas. Le alcanzan algunas balas en la cara y los terroristas le dejan en el suelo sumergido en su propia sangre, quizás porque lo habían confundido con un muerto.
Ese día él sobrevivió, pero en El colgajo, Lançon dice que murió. Murió para nacer de nuevo. Dos hombres viven juntos en el mismo cuerpo: un Philippe antes del ataque y otro después de la tragedia. Dos mundos que se tocan solo idealmente, como dos líneas paralelas que se cortan solamente en un punto del infinito.
El colgajo habla de un dolor que penetra todas las páginas con un intenso aroma a desolación. Sin embargo, hay que decir que este libro no se debe considerar una obra llena de sufrimiento. Un trabajo doloroso, sí. Pero El colgajo es una fuerte reivindicación de la vida, que continúa y aún vive de las pocas certezas que poseemos en nuestra cotidianidad; en el caso de Lançon: las obras de Bach, el afecto de sus viejos amigos y la literatura.
El colgajo es un libro profundamente literario: la literatura ocupa gran parte de su desarrollo y acompaña a Philippe en muchas reflexiones y anécdotas de su hospitalización para proceder a la reconstrucción de la mandíbula. Verlaine, Houellebecq, Hergé, Proust … especialmente Proust.
Es un libro que he adorado y que a menudo me ha dejado sin aliento, debido a la marcada capacidad de Lançon de lograr una intimidad absoluta con el lector (él me está hablando a mí, lector, aquí mismo), debo admitir que el único defecto que siento tener que atribuir a este trabajo es el deseo casi imperceptible de ser proustiano. A veces el peso de la narración se vuelve insostenible y las descripciones densas cansan al lector, tragando inexorablemente una prosa que podría, incluso solo con sus silencios, abrumar cualquier conciencia.
Pero son esos silencios en los que vemos el día que se apaga el gran poder literario y humano de Lançon. El colgajo es un libro necesario, catártico y bellísimo. Una isla que Philippe no eligió, pero que sin duda utilizó para comenzar de nuevo y más fuerte que antes. Sin detenerse para ver cómo el dolor se hacía cargo de él, sino actuando contra el destino y desafiando la existencia. Adelantando un coche en llamas dentro de un túnel.
Como hicimos mi mamá y yo ese día.
One Comment
Alexandra Curie
Philippe tiene el don de crear de una situación horrible, literatura. Igualmente, no veo que él sea el que pasa por delante del peligro y lo pasa, sino más bien el que se para, actúa y soluciona. Que no significa que el que pasa con el coche al lado y no se pare, huya, pero lo veo más desde una perspectiva de que Philippe se podría haber guardado todo lo sucedido para él, en cambio, se detiene, lo aborda y da una solución, a nosotros no, si no, a él, a su shock post-traumatico. Esto es de valientes. Desde mi perspectiva.
Anyway, felicidades por el artículo, consigues de una experiencia tuya, abordar lo que ha significado para ti el libro. Esperando ansiosa el siguiente. Un saludo