«Nam Sibyllam quidem Cumis ego ipse oculis meis vidi en ampulla pendere, et cum ili puer dicerent: «Σίβυλλα, τί θέλεις;» respondebat illa: «ἀποθανεῖν θέλω»».
«De hecho, vi a la Sibila con mis ojos, en Cumas, colgada en un botijo, y cuando los chavales le preguntaron: “Sibila, ¿qué quieres?”, Ella respondía: “Morir”».
(Texto latino: Petronio, Satyricon, 2011, Mondadori, Milán, p.124. Traducción: Mattia Lo Presti)
*
La tercera parte (El sermón del fuego) del poema La tierra baldía (1922) del poeta estadounidense T.S. Eliot, que vivió entre los siglos XIX y XX, se refiere al Sermón de Fuego predicado por Buda contra la lujuria y otras pasiones que perturban al hombre. De hecho, el fuego destructivo en los últimos versos de esta sección, se asumiría como la forma última de purificación.
En la escena aparece una ciudad indescriptible, medio destruida por el nihilismo de los hombres (de todas formas, a partir de algunos detalles, se puede entender que es Londres). El ciego Tiresias «asiste» al escuálido encuentro erótico entre un empleado y una mecanógrafa en el apartamento del hombre. Cualquier migaja de relación humana es aniquilada por la sequedad de la vida: no hay más valores. La misma relación entre los dos es falsa. Como en una pesadilla, Tiresias experimenta toda la falsedad de la situación, pero no consigue despertarse. Porque la pesadilla se ha convertido en la única realidad; los sueños son el halo opaco del pasado.
Tiresias es un nombre bien conocido: en la rica mitología griega, no sólo era un adivino, sino el mejor adivino que había puesto un pie en la Tierra. Uno de los mitos más difundidos dice que, mientras caminaba por el Monte Cilene, vio a dos serpientes copulando y decidió matar a la hembra. En el mismo instante, Tiresias se transformó de hombre a mujer y vivió en esta condición durante siete años, experimentando todos los placeres que una mujer podía experimentar. Después de este tiempo, se encontró frente a la misma escena de las serpientes. Esta vez mató al macho y regresó a su forma original de hombre.
Pero eso no es todo: un día, Zeus y Hera se vieron divididos por una controversia. ¿Quién, en el amor, experimenta más placer? ¿El hombre o la mujer? Al no llegar a una conclusión, ya que Zeus afirmaba que era la mujer, mientras que Hera decía que era el hombre, decidieron convocar al pobre Tiresias, considerado el único que podría resolver la disputa, ya que en su vida había sido hombre y mujer. Entrevistado por los dioses, Tiresias explicó cómo el placer sexual se compone de diez partes: el hombre puede experimentar solamente una, mientras que la mujer nueve. Una mujer, por lo tanto, siente un placer nueve veces mayor que el de un hombre. La diosa Hera, enfurecida porque el adivino había revelado tal secreto, lo deja ciego, pero Zeus, para recompensarlo por el daño sufrido, le dio el poder de prever el futuro y el don de vivir durante siete generaciones. En resumen, la peculiaridad de Tiresias no está en el haber probado ambos órganos genitales, sino en ser uno de los pocos que posee la verdad en cuanto es «él que ha visto todo«.
Pero, volviendo al Tiresias del poema de Eliot, ¿cómo podría su posesión de la verdad (y, en términos generales, todo el concepto de la verdad misma) coexistir en un mundo destruido por la hipocresía humana cómo el descrito por el poeta estadounidense?
Una posible explicación es sugerida por el epígrafe de The Waste Land que has podido leer al principio de este artículo: viene del Satiricón de Petronio Arbitro (siglo I d. C.). En la famosa escena del banquete, Trimalcíon narra la historia perturbadora de la Sibila de Cumas que, por la extrema decrepitud (de hecho, había obtenido de su dios Apolo la inmortalidad, pero no la eterna juventud), se reduce a proporciones mínimas dentro de un botijo, para ser sometido a la burla de los niños del pueblo. Esta es solo una de las muchas historias contadas por Trimalcíon, un vulgar ignorante: quiere hablar de todo y si cuenta unos hechos heroicos o míticos, inevitablemente los degrada, convirtiendo lo épico en cómico o grotesco.
La historia de la Sibila es, en estos términos, peculiar. En el sexto libro de la Eneida, Virgil había cantado a la gran poetisa de Apolo («sanctissima vates, / Praescia venturi», VI, vv. 65-66), guardiana de la cueva que conduce a Averno, interlocutor y guía de Eneas, en el descenso al inframundo. En la nueva versión que hemos visto, en cambio, la cueva se reduce a un botijo, la atmósfera de la magia mítica y la previsión de la circunstancia en pura picardía, la pregunta crucial sobre el futuro en una pregunta mínima hacia Sibila, torturada tan miserablemente; y finalmente la profecía se cierra en un deseo de muerte personal. El epígrafe es, por lo tanto, útil para delinear la ideología del poema: coloca el tema de la degradación e introduce la figura del vidente que «no ve» nada, excepto la desolación de lo vulgar, del presente.
El sentido fundamental está aquí: percibimos la amarga y silenciosa conciencia de la decadencia de la realidad. Eliot hace que la pérdida de valores coincida con el fin de la pacífica existencia terrenal. Esa Pitia vieja, seca y enfadada es el producto de una generación; es la arrogancia humana de querer desgarrar las noticias del futuro convertida en un cuerpo. Pero dado que la literatura es a menudo una lenta sucesión de ideas y un reflejo de muchos espejos, las mismas figuras tan importantes en la ideología del poema (Pitia y Tiresias) renacieron bajo la pluma del escritor suizo Friedrich Dürrenmatt y el significado que transmiten es aún más sorprendente en comparación con lo que se dijo sobre Eliot.
Con asombro, las imágenes encajan y parecen hundirse unas en otras. En la novela de 1998, Das Sterben der Pythia (La muerte de Pitia, cuyo título es bastante elocuente), Dürrenmatt intenta rehacer el mito de Edipo al revisar la escala de valores de la profecía de la Pitia: aquí el verdadero gobernante de Delfos no es Edipo, sino la ciudad misma, sometida a una decadencia material y moral que se parece a las imágenes polvorientas de The Waste Land. Estamos hablando también de uno de los temas clave de la literatura mundial: la crítica a un mundo que gira constantemente alrededor de sí mismo y que nunca cambia sus reglas básicas.
Así, la existencia humana imaginada por Dürrenmatt es la metáfora de la incomprensión de la verdad. El clímax de la novela aparece en el monólogo final de Tiresias, en el que él afirma: «La verdad se resiste como tal solamente si no se atormenta».
¿Sería posible no atormentar la verdad? Al final, es lo único que no poseemos realmente, pero, cuando falta, no hay lugar para nada más. Por lo tanto, ¿estamos lejos del mundo de T.S. Eliot, imaginado en 1922? Aquí, en el underground del siglo XXI, la verdad todavía falta: sólo que a nadie le importa encontrarla.
4 Comments
jordi
La verdad es cuántica. Felicidades por tu blog. Un saludo!
La Ferdinandea
¡Muchas gracias Jordi! Es un placer leerte en este espacio, un abrazo! 🙂
Juan Antonio Conde Castro.
¿ Qué es la verdad ? ¿ Acaso existe ?
Tal vez la verdad sea la tendencia que calme las conciencias. Un anhelo inalcanzable porque no existe. Cada cual se crea su verdad, acordé con lo que quiere apaciguar.
La Ferdinandea
Una buena visión de la cuestión Juan Antonio. Quizás no haya respuesta. (O quizá cada uno tenga la suya, ya como pensamos los dos, cada uno tiene su verdad, como su razón, como su lógica, etc…) O, quizás, sea en este silencio que hay que buscar respuestas. Un buen tema para debatir y analizar durante horas…