Yasushi Inoue
Artículos

Decir amor en japonés

Al escuchar ciertas canciones de Chet Baker, siento nostalgia por momentos o hechos que no he vivido: a veces se manifiestan en forma de ciudades lluviosas sumergidas por la niebla, o incluso como una relación amorosa agridulce apagada a medias como la colilla de un cigarrillo. En resumen, estoy seguro de que os pasa también a vosotros: sentir melancolía por algo que en realidad no ha existido.

Del mismo modo uno podría interpretar el sentimiento que ciertas novelas nos dan cuando nos apegamos a los protagonistas y nos sentimos vacíos cuando las terminamos. En este caso, podemos aumentar las apuestas: hablemos de Ai (, Amor) de Yasushi Inoue (井上 靖), una colección de tres historias escritas entre 1950 y 1951 y luego recopiladas y publicadas en 1959, pero nunca aparecidas en el mercado español. La mía, por lo tanto, más que un análisis, es una solicitud a alguna editorial para que estas historias sean traducidas y publicadas también en castellano. Es necesario que se haga.

Lo que llama la atención de inmediato sobre los tres escritos de Yasushi Inoue es la extrema facilidad con la que nos vemos arrastrados dentro de la narración. Las tres historias son breves, pero en ningún momento sentimos la presión del autor diciéndonos «Oye, solo quedan unas pocas páginas, tienes que intorducirte en el corazón de la historia ahora mismo si realmente quieres saborearla«, simplemente porque desde las primeras frases ya hemos caído en su trampa literaria. Este contexto estrecho, pero no claustrofóbico, aparece inmediatamente bien decorado: a veces parece estar observando un trabajo de Ukiyo-e; una puesta de sol rojiza pinta los labios de una chica mientras camina por un universo totalmente ordenado. Los colores pastel resaltan en cada momento la imperfección inexacta de los momentos que componen las tres historias, despertando una melancolía aún más densa y, a veces, irreal.

Jardín de rocas (石庭), que podéis leer aquí, nos presenta la vida de Uomi Jiro y Mitsuko: los dos recién casados deciden pasar su luna de miel en Kyōto que, para Uomi, representa un segundo hogar, después de haber pasado sus años universitarios allí mismo. En busca de tranquilidad, deciden ir a ver el jardín de rocas de Ryōan-ji: su camino (quizás más simbólico que físico) les lleva a distanciarse gradualmente, hasta separarse brevemente. Al llegar al jardín, Uomi recuerda que fue precisamente allí donde ocurrieron los dos momentos más dramáticos de su vida: allí se peleó con su mejor amigo Totsuka Daisuke y también allí, años después, rompió su relación con Rumi, una camarera de la que los dos amigos se habían enamorado hasta llegar al punto de pelearse por ella y luego separarse.

Es importante detenerse aquí por un momento y enfatizar que lo sorprendente de los tres cuentos no es la trama. He de confersar que después de leer suficiente literatura japonesa, y al limitarme solamente a las tres historias, tuve la sensación de un regusto persistente de «ya visto». El punto del asunto es otro: es posible rastrear poesía en cada una de las historias y sacar de ellas unas lecciones que pueden mitigar ligeramente la melancolía.

En Jardín de rocas tenemos que extraer con la prudencia de un cirujano el primer elemento: la distancia. La medida del espacio, en la narración de Yasushi Inoue, constituye un elemento casi básico de conexión entre los personajes: cuanto más cercanos, mayor será la unidad física y espiritual. La distancia representa también la medida del grado de separación de una idea de su realización: si un personaje observa un panorama distante en el que planea algo útil para su propósito final, la distancia entre los dos términos condensa en sí misma el grado de unión y firmeza de la idea con su ejecución. En este sentido, planear algo contiene, en los personajes de Yasushi Inoue, una especie de reticencia y apatía por cumplir realmente ese concepto.

Esta primera pieza clave aparece tambiém en la segunda historia, Aniversario de matrimonio (結婚記念日), que consiste en un único flashback que cuenta la última aventura de una pareja casada y también explica por qué Karaki Shunkichi, después de la muerte de su esposa Kanako, nunca se vuelve a casar. Shunkichi gana diez mil yenes y, junto con su mujer, decide no sin esfuerzo (porque son extremadamente precavidos debido a su pobreza) guardar la mitad de la ganancia y gastar el resto en una breve escapada en el pueblo balneario de Hakone. En su viaje, justo antes de llegar al hotel, llegan a una bifurcación. Pensando que los dos caminos se unirán más tarde, deciden desafiarse mutuamente a quién llegará primero. Los dos caminos, sin embargo, se unen en un punto donde los dos, por un malentendido, no llegan; por lo tanto, se pierden de vista durante mucho tiempo. Después de un poco de agitación y de haber recorrido el camino hacia atrás, se encuentran nuevamente en el punto de partida y finalmente deciden volver a casa.

La distancia física que los separa permite que resurja, en el alma de los dos, una especie de impaciencia mutua, momentáneamente latente en la corta diversión del viaje. Queda muy poco de lo que era el amor entre ellos y la distancia exacerba esta pérdida; este pasaje introduce perfectamente el final de la historia (el mejor de los tres, en mi opinión) y la segunda pieza clave del puzzle que estamos componiendo: el anhelo. Si todo, en la historia de Yasushi Inoue, nos da una sensación de fragilidad como si estuviera a punto de romperse, incluido el amor, ahí es cuando la ternura y el anhelo hacia esa persona con quien compartimos pequeñas partes de nuestra existencia se vuelve casi eterna y brilla con su propia luz. La lucha diaria que llevamos a cabo contra quién sabe que, nos une a aquellos que tenemos a lado en algo que es más fuerte que el amor mismo. Una ideología del amor, uno diría.

Amor, Muerte y Olas (し と こい と なみ) Es el último cuento y el más largo de las tres. Un pequeño hotel ubicado en un acantilado, la playa de guijarros, el mar índigo: para Sugi, que después de infinitos fracasos también debe enfrentar la deshonra, es el escenario ideal para morir. Se ha permitido un lujo singular: tres días, el tiempo necesario para leer el relato del fabuloso viaje que hizo Willem van Ruysbroeck en el siglo XIII en el imperio mongol. Nada más que ese libro lo mantiene atado a la vida. Pero el único otro huésped en el hotel, la joven Nami, al registrarse ha indicado que «mors» (muerte en latín) es el motivo de su estadía: tal vez una solicitud críptica de ayuda o un desafío al destino. Es fatal que surja un diálogo silencioso entre ellos, que tiene la misma iridiscencia que el mar en el que ambos han decidido desaparecer.

Aquí la distancia se vuelve milimétrica, y en el espacio de unos pocos movimientos, Yasushi Inoue construye una red de conexiones entre palabras no dichas, lágrimas evaporadas y complicidad arcana. El anhelo se tensa en torno a un gesto extremo susurrado y compartido por ambos protagonistas, incapaces de alinearse en la misma frecuencia de onda para comprenderse e interpretarse e incluso dispuestos a negar la existencia misma del amor.

Y justo cuando todo parece llevarnos al epílogo más obvio y paroxístico, Yasushi Inoue inserta la última pieza que falta: la esperanza. Lo cual es casi un susurro imperceptible, pero resistente. Y, quizás, valga la pena luchar contra la distancia, el dolor, el anhelo, las derrotas de la vida, el deshonor: ¿y si intentáramos vivir para capturar ese universo indescifrable y engañoso que se abre detrás de la palabra «amor»?

3 Comments

  • flechaliteraria

    Me encanta la forma en que describes lo que te transmitieron estos textos. Aunque no conozco al autor, tu reseña me ha dado muchas ganas de leerlos, para disfrutar de esa sutileza. El que más me llama la atención es el último, Amor, muerte y olas. Gracias por descubrirme nuevos autores.

  • graciela

    Quée ganas de leerlo ya mismo¡¡¡ Bellísima elección, me cansó el cinismo, el vivir para la nada en la literatura. Esta sutileza necesito, gracias.

    • La Ferdinandea

      Muchas gracias a ti, Graciela. Yo he podido leer el libro en italiano; ojalá lo traduzcan también en castellano. ¡Un abrazo!

Deja un comentario